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Constructores de Hombres o Coleccionistas de Séquitos

La Masonería se define, en su acepción más noble, como una escuela de moral.

En esta escuela, el método de enseñanza es la transmisión de la luz de una antorcha a otra.

El hermano mayor guía al menor, el Maestro pule al Aprendiz.

Sin embargo, hoy debemos reflexionar sobre una desviación silenciosa que corroe nuestras columnas: la instrucción utilizada no para liberar al hermano, sino para endeudarlo.

1. El Maestro como Espejo, no como Fuente

El verdadero Maestro Masón sabe que él no es la Luz; él es simplemente un espejo que, si está limpio de vanidad, puede reflejar la luz de la Sabiduría hacia los demás.

Su misión es “desbastar la piedra bruta”.

Pero, ¿qué sucede cuando el cincel se usa para grabar el nombre del instructor en la piedra del alumno, en lugar de darle su propia forma perfecta?

Desafortunadamente, vemos el surgimiento del “Hermano Caudillo”.

Aquel que busca instruir, no por el placer de ver crecer a un igual, sino por la necesidad narcisista de crear un seguidor.

Este tipo de instrucción no es un regalo; es un préstamo con intereses altos.

2. El Aumento de Salario: ¿Mérito o Moneda de Cambio?

Uno de los síntomas más graves de esta patología es la promoción de grados (Aumento de Salario, o exaltación) basada en la “lealtad” y no en el mérito.

Cuando un hermano propone a otro para un ascenso, no porque el candidato esté listo, sino porque ve en él a un futuro aliado que “le deberá el favor”, está cometiendo un acto de corrupción espiritual.

  • Al candidato: Se le roba la oportunidad de sentir el orgullo del mérito propio.

Se le enseña que en la Masonería se avanza por relaciones, no por esfuerzo.

Se le convierte en un “satélite” que gira alrededor del ego de su protector.

  • A la Logia: Se le llena de dignatarios de papel, hermanos con mandiles decorados, pero con la piedra interna aún tosca, incapaces de sostener el peso del Templo por sí mismos.

3. La Diferencia entre Gratitud y Servidumbre

Es natural y justo que el alumno sienta gratitud por su maestro.

Pero el falso instructor confunde (y exige) que esa gratitud se transforme en obediencia ciega o apoyo incondicional en las disensiones de la Logia.

El verdadero Maestro trabaja para hacerse innecesario.

Su mayor triunfo es el día en que su alumno lo supera, lo cuestiona con sabiduría y brilla con luz propia.

El falso maestro, por el contrario, teme que el alumno crezca demasiado.

Solo lo alimenta lo suficiente para que sea útil, pero no lo suficiente para que sea libre.

4. El Culto a la Personalidad vs. El Culto a la Verdad

Hermanos, la Masonería busca hombres libres.

Si mi instrucción ata a un hermano a mi voluntad, he fallado.

Si mi recomendación para un grado busca asegurar un voto futuro, he profanado el escrutinio.

Debemos recordar a Diógenes, quien pedía a Alejandro Magno que se apartara porque le tapaba el sol.

De igual manera, hay hermanos que, en su afán de protagonismo, les tapan la Luz de la Masonería a los nuevos iniciados, haciendo que solo vean la sombra de quien los instruye.

 

Reflexionemos:

Cuando enseñamos:

¿Estamos construyendo un Templo o estamos construyendo un pedestal para nosotros mismos?

Cuando proponemos un aumento de salario:

¿Estamos premiando el trabajo en la cantera o estamos comprando una voluntad?

La verdadera generosidad masónica es anónima y desinteresada.

El verdadero instructor es aquel que, al ver a su alumno volar alto, sonríe desde el suelo, satisfecho de haber cumplido su deber, sin esperar que nadie recuerde su nombre, sino que se reconozca la obra.

Huyamos de la vanidad de tener seguidores.

Busquemos la gloria de tener Hermanos.

Es cuánto.

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