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Introducción

La masonería no es un título que se cuelga en la pared, ni un refugio para el ego. Es un espejo implacable que devuelve al masón la imagen de lo que es (y lo que podría ser). Ante ese reflejo, solo hay dos opciones: tallarse con coraje o huir hacia la comodidad. Este ensayo no es una disertación filosófica, sino un recordatorio urgente: el trabajo masónico es un combate diario contra los peores enemigos del iniciado (la pereza que paraliza y la ignorancia que embrutece). El estudio real lo deja claro: no hay luz sin esfuerzo, ni sabiduría sin sudor.

I. El enemigo interior: Pereza e ignorancia como traición

El primer mandato del aprendiz “Conócete a ti mismo” es un golpe seco al corazón. Exige mirarse sin máscaras.

La pereza como suicidio espiritual:

No es solo holgazanería; es la cobardía de no querer crecer. El masón que repite rituales sin vivirlos, que firma planchas sin reflexión, no es un hermano: es un fantasma en el taller.

El Masón que me invitó a unirme a la masonería me dijo: “Si tu mayor aportación es tu presencia, no has entendido nada. La masonería no se vive con el cuerpo, sino con el alma.”

La ignorancia como elección:

No dominar los temas del grado es humano; no intentarlo es indigno. Los símbolos no se revelan a ojos perezosos, ni el ara sagrada contesta a mentes dormidas. Si no sangras sobre los libros, estás robándote a ti mismo.

II. El colapso del taller:  Cuando la mediocridad se vuelve rito

Las logias no mueren por falta de miembros, sino por exceso de conformismo.

Tenidas convertidas en teatro:

Rituales recitados sin convicción, trabajos que repiten clichés en vez de ideas, hermanos que escuchan para responder, no para entender.

¿De qué sirve abrir el libro sagrado si nadie comprende y menos pone en práctica lo que dice?

Fraternidad de apariencias:

Abrazos que no trascienden el umbral del templo, debates evitados por “no herir sensibilidades”, elogios huecos a meditaciones mediocres.

La peor traición no es abandonar la logia; es habitarla como un mueble más.

Masones de fachada:

Si tu juramento no transforma tu vida profana, eres un actor, no un iniciado.

El mundo no necesita hombres que sepan dar golpes rituales; necesita hombres cuyos actos golpeen la injusticia.

III. El antídoto: Trabajo que quema

Contra la podredumbre del alma, solo sirve el fuego de la disciplina.

Autoevaluación o autoengaño:

Cada noche, el masón debe preguntarse: ¿Hoy fui mejor que ayer? Si la respuesta no duele, está mintiendo.

“En mi altar hay tres velas: una por el conocimiento adquirido, otra por la virtud conquistada, y una tercera (siempre apagada) para lo que aún debo lograr.”

Estudiar como si el universo dependiera de ello:

No leas a los filósofos como curiosidad; léelos como si sus palabras pudieran salvarte o condenarte.

Los símbolos no son adorno; son cuchillos que diseccionan tu conciencia.

Exigencia fraternal sin concesiones:

Si tu hermano se hunde en la mediocridad, no le sonrías por cortesía. Arráncalo del lodo, aunque te maldiga.

“La verdadera fraternidad duele: es espejo y látigo a la vez.”

Vivir como masón o renunciar al mandil:

¿De qué sirve ostentar los grados si en tu vida profana eres esclavo de tus vicios?

El templo no es un refugio; es un campo de entrenamiento para la vida.

Conclusión: El Ultimátum

La masonería no es un club social. Es un juicio permanente donde el acusado, el juez y el verdugo son la misma persona.

Al hermano que solo busca títulos: Que recuerde que el mandil no cubre la vergüenza de una vida sin propósito.

A la logia que prefiere el silencio a la verdad: Que no se queje cuando sus columnas se conviertan en lápidas.

Cierro con las palabras que un viejo masón grabó en mi cuaderno de aprendiz:

“Si al despertar no sientes el peso de tu piedra bruta, si al dormir no temes no haber dado lo suficiente… revisa tu juramento. Quizá nunca lo pronunciaste.”

“La masonería no es para los que buscan consuelo. Es para los que eligen tallarse a sí mismos, aunque cada golpe les recuerde lo lejos que están de la obra perfecta.”

(Este texto no es teoría. Es el diario de un hombre que sigue luchando contra su propia sombra.)

Nota final:

Si al leer esto sientes arder tu orgullo, no lo apagues. Es el fuego del que hablan los rituales. Úsalo.

Humberto Gabriel Garcia Gomez M∴ M∴

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