Una Reflexión sobre la Autoridad, la Libertad y la Fraternidad en la Masonería

Introducción: El Templo Edificado sobre Hombres Libres
La Masonería, en su esencia más pura, es una institución erigida sobre un fundamento inquebrantable: el principio de que sus miembros son, ante todo, “hombres libres y de buenas costumbres”.
Esta, no es meramente una condición para la admisión, sino el estado perpetuo y la aspiración constante de todo aquel que trabaja entre columnas.
Ser “libre”, en el contexto masónico, trasciende la mera condición cívica; implica una soberanía interior, la capacidad de expresar el pensamiento sin imposiciones ajenas, y la emancipación de todo dogma que pretenda encadenar la razón.
Sin embargo, dentro de este santuario de libertad, puede surgir una paradoja que amenaza sus cimientos.
Se trata de una dinámica sutil pero corrosiva, en la que hermanos de experiencia y méritos pasados —aquellos que han alcanzado el grado de “Vacas Sagradas” en el lenguaje coloquial— transmutan el respeto ganado, en un derecho percibido a la obediencia perpetua.
Este trazado utiliza el término “Vaca Sagrada” no como un epíteto peyorativo, sino como un concepto analítico para describir la distorsión de la autoridad moral (auctoritas), legítimamente obtenida a través del servicio y la sabiduría, en una reclamación de poder formal (potestas), que es por naturaleza temporal y circunscrito al cargo ocupado.
El conflicto central es evidente:
¿cómo puede una fraternidad, dedicada al pensamiento libre, tolerar focos de coerción intelectual?
El propósito de este análisis es, por tanto, iniciar una reflexión colectiva y serena.
Se busca examinar las raíces de esta distorsión, contrastándola con los principios fundamentales de la Orden, para fortalecer la fraternidad, y asegurar que nuestras logias, sigan siendo verdaderos talleres de perfeccionamiento moral e intelectual para hombres libres.
El problema no reside en el respeto a los mayores —que es un pilar de la tradición masónica — sino en la transmutación de ese respeto en un instrumento de control.
Cuando un PastMaster exige obediencia como si aún empuñara el mallete, confunde el honor de su experiencia, con la autoridad de un cargo que ya no ostenta.
Esta confusión es la génesis del problema, pues transforma a un respetado consejero, en una figura intocable, cuyas directrices se presentan como ley, un concepto fundamentalmente antimasónico.
Si no se aborda, esta dinámica fomenta una cultura de sumisión, en lugar de una verdadera fraternidad, sofocando el crecimiento de los nuevos miembros, y debilitando la logia al impedir el surgimiento de un liderazgo nuevo e independiente.
La Piedra Bruta y la Soberanía del Obrero — El Trabajo Intransferible del Masón
En el corazón del simbolismo masónico yace la Piedra Bruta, emblema del estado inicial del individuo: imperfecto, sin pulir, pero poseedor de un potencial latente.
El viaje iniciático, desde el primer grado, se define como el trabajo constante y metódico para transformar esta materia prima, en una Piedra Cúbica, una obra de orden, virtud y perfección moral.
Esta alegoría del progreso personal, es la tarea fundamental de todo masón, y su ejecución es una prerrogativa soberana e intransferible.
La Orden, enseña que esta labor, es una “obra de su exclusiva responsabilidad y voluntad”.
A cada aprendiz se le entregan simbólicamente las herramientas para esta tarea: el Cincel, que representa la razón y la educación, y el Mazo, que simboliza la fuerza de la voluntad y la conciencia.
Con ellas, el masón es, simultáneamente, “el Obrero, la Materia Prima y el Instrumento”.
Nadie puede empuñar estas herramientas por otro; nadie puede labrar la piedra ajena.
El rol del mentor, ya sea un Vigilante, un Padrino o un Maestro experimentado, es enseñar el uso de las herramientas, ofrecer guía y compartir la luz de su experiencia, pero nunca usurpar el trabajo mismo.
Este principio de responsabilidad individual, está intrínsecamente ligado al concepto de libre albedrío, definido como, la capacidad de tomar decisiones autónomas y asumir las consecuencias de los propios actos.
La masonería afirma, que cada hermano posee la libertad fundamental “de desbastar o no la Piedra Bruta Interior”.
Por lo tanto, el acto de un hermano mayor, intentando dictar a uno más joven “qué conducta, qué postura, deben adoptar ante cada situación e incluso por quién votar” constituye una forma de violencia simbólica.
Es el intento de arrebatar el mazo y el cincel de las manos del obrero para imponer una forma predeterminada en su piedra.
Esta imposición no solo atrofia el desarrollo del masón más joven, sino que contraviene la pedagogía filosófica de la Orden.
El perfeccionamiento masónico requiere reflexión personal, juicio crítico y el ejercicio de la propia conciencia.
Al dictar una línea de pensamiento o acción, se anula la necesidad de este proceso interior.
Se le entrega al aprendiz una piedra ya tallada —a menudo, mal tallada— y se le presenta como “educación masónica”.
Esto es una perversión del método iniciático; crea seguidores dependientes, no Maestros libres y soberanos.
Una logia, donde esta conducta se normaliza, deja de ser un taller de autoconstrucción para convertirse en una fábrica de conformidad.
Produce piedras pulidas, sí, pero uniformes y carentes del carácter único que solo nace de la lucha, el error y el descubrimiento individual.
Tales piedras, por muy brillantes que parezcan, son en última instancia inútiles para la edificación de un Templo Universal verdaderamente sólido y diverso.
Las Tres Luces de la Logia — Guía, no Imposición
La estructura de una logia masónica está gobernada simbólicamente por tres luces principales: el Venerable Maestro en el Oriente y el Primer y Segundo Vigilante, en sus respectivas columnas.
Su propósito, como lo dictan los rituales, es abrir la logia, dirigir sus trabajos e “iluminarla con su Sabiduría”.
El verbo clave aquí es iluminar, no comandar.
La autoridad de los oficiales de la logia es funcional y simbólica, diseñada para crear un entorno ordenado y sagrado donde cada hermano pueda emprender su propia búsqueda de la Luz.
La Luz, en la masonería, es el símbolo por excelencia del conocimiento, la verdad y la comprensión moral.
No es una doctrina que se impone, sino un descubrimiento que se realiza a través de un proceso personal e intransferible.
Como afirma elocuentemente el adagio masónico, “Cada uno se inicia a sí mismo”.
El candidato pide recibir la Luz, y la logia, a través de sus rituales y enseñanzas, le proporciona las herramientas y el entorno para que pueda encontrarla por sí mismo.
En este contexto, las funciones del Venerable Maestro son principalmente las de un presidente y un facilitador.
Su autoridad se ejerce para mantener el orden, conceder la palabra, hacer cumplir los reglamentos y guiar el desarrollo de los trabajos rituales.
Es el guardián del método, no el propietario de la verdad.
De manera similar, los Vigilantes tienen el deber explícito de instruir a los Aprendices y Compañeros, preparándolos para avanzar en su propio camino de descubrimiento.
Son guías que iluminan el sendero, no déspotas que exigen que se siga su propia sombra.
La autoridad de estas “Luces” está rigurosamente delimitada por el tiempo y el espacio.
El poder del Venerable Maestro, es absoluto en Oriente y durante una tenida, pero no se extiende más allá de las puertas del templo, ni del tiempo de los trabajos.
La masonería prohíbe explícitamente las discusiones de política partidista y religión dogmática en su seno, precisamente para preservar la armonía y evitar que las divisiones del mundo profano contaminen la fraternidad.
Si un Venerable Maestro en funciones, no puede dictar una opinión política dentro de la logia, resulta un absurdo lógico, y una grave transgresión que, un PastMaster pretenda tener la autoridad para dictar el voto de un hermano.
Esta extralimitación constituye una violación crítica de los límites masónicos.
La “Vaca Sagrada”, exporta una versión distorsionada y caduca, de su autoridad ritual al ámbito cívico, un espacio donde los principios masónicos de libertad de conciencia e igualdad, y no una jerarquía de mando, deben guiar las acciones de cada hermano como ciudadano.
Este comportamiento, además de ser internamente destructivo, daña la reputación de la Orden en el exterior, prestando credibilidad a las antiguas y falsas teorías de conspiración, que retratan a la masonería como una cábala política secreta, que manipula a sus miembros para fines ocultos, traicionando así, su compromiso público de ser una fuerza para el progreso moral y no partidista.
El Nivel y la Escuadra — Los Límites de la Jerarquía y la Realidad de la Igualdad
Dos de las joyas más significativas que adornan a los oficiales de una logia son el Nivel y la Escuadra.
Mientras que la Escuadra, joya del Venerable Maestro, simboliza la rectitud y la moralidad, el Nivel, joya del Primer Vigilante, es el emblema inequívoco de la igualdad.
Este simboliza una verdad fundamental: que todos los hombres “nacen libres e iguales en dignidad y derechos” y que, dentro del templo, todos los hermanos, y especialmente los Maestros Masones, se encuentran en un plano de igualdad fundamental.
La obediencia en la masonería, por tanto, no es una sumisión a la persona, sino un acatamiento voluntario y consciente a la Ley, a los Antiguos Límites y a los reglamentos de la Orden.
Se obedece, a la autoridad legítimamente constituida, mientras esta ejerce su cargo, pero la lealtad última —la fidelidad— se debe a los principios encarnados en el juramento prestado.
Cuando la lealtad exigida por un individuo, entra en conflicto con el principio fundamental de la libertad de conciencia, la fidelidad a este último debe prevalecer sin vacilación.
El rol de un PastMaster está claramente definido por la tradición y los usos.
Es un consejero, un guardián de la pureza del ritual, un repositorio de sabiduría y un pilar de apoyo para el Venerable Maestro en funciones.
Su lugar en Oriente es un sitial de honor, no un segundo trono de poder.
Su voz, debe ser la de la experiencia que aconseja, no la del comandante que ordena.
La pretensión de una “obediencia eterna” basada en el hecho de haber sido padrino, vigilante o maestro de un hermano en el pasado es un concepto feudal, completamente ajeno a los principios ilustrados sobre los que se erige la masonería moderna.
Intenta establecer una jerarquía personal y perpetua que contradice directamente el simbolismo del Nivel.
Cuando un Aprendiz es elevado al grado de Maestro Masón, se pone de pie en la logia “a nivel” con todos sus hermanos, incluyendo a los más antiguos y a los PastMaster.
La exigencia de una sumisión continua, no es solo un abuso de influencia; es un rechazo simbólico y práctico de la igualdad masónica.
Busca reemplazar el plano horizontal de la fraternidad con una cadena vertical de mando personal.
Esta dinámica, si se permite que prospere, instaura una “gerontocracia de la opinión”, un sistema donde las ideas no se valoran por su mérito sino por la antigüedad de quien las pronuncia.
Esto conduce a un estancamiento intelectual, impidiendo que la institución evolucione y se adapte.
Las perspectivas de las generaciones más jóvenes, que viven y operan en un mundo en constante cambio, son descartadas a priori, no por falta de lógica o valor, sino por una supuesta falta de jerarquía.
Para clarificar esta distinción fundamental, la siguiente tabla contrasta el arquetipo del mentor masónico ideal con la figura distorsionada de la “Vaca Sagrada”.

La Prohibición del Dogma y la Defensa de la Conciencia
La refutación más contundente al comportamiento de la “Vaca Sagrada” se encuentra en la naturaleza filosófica misma de la masonería.
La Orden es, por definición, una institución adogmática.
Su divisa proclama: “La Masonería no tiene dogmas, tiene principios e ideales”.
Un dogma es una verdad revelada, un principio innegable que exige fe ciega.
Este concepto se encuentra en las antípodas de la búsqueda masónica del conocimiento, que no reconoce otro límite que la razón humana.
La logia está concebida como un espacio que debe “alejar al ser humano de los dogmas y fanatismos tanto políticos como religiosos”.
La estricta prohibición de debates políticos partidistas y religiosos sectarios dentro del templo no es una mera regla de etiqueta; es un mecanismo de defensa esencial para preservar el “purísimo ambiente de nuestros templos”.
La política, como se practica en el mundo profano, “separa, enemista a los hombres”, y su introducción en la logia destruiría la unidad fraternal, que es la piedra angular del edificio masónico.
Esto no significa que el masón deba ser un ciudadano apático.
Por el contrario, la Orden alienta a sus miembros a participar activamente en la vida cívica y a ser servidores fieles de su patria.
Sin embargo, esta participación debe ser el resultado de una decisión personal, guiada por la propia conciencia, la cual ha sido ilustrada y fortalecida por los principios masónicos de justicia, tolerancia y fraternidad.
La conciencia individual es el juez supremo de los actos de un masón en el mundo.
Por consiguiente, el intento de dictar el voto de un hermano es una forma de tiranía intelectual, precisamente el tipo de absolutismo que la masonería ha combatido históricamente.
Representa una profunda hipocresía, pues utiliza el vínculo sagrado de la fraternidad, destinado al apoyo mutuo y al perfeccionamiento moral, como un vehículo para la ganancia política profana.
Se instrumentaliza la confianza y el respeto inherentes a la relación fraternal para coaccionar.
El hermano más joven se ve atrapado en un dilema insostenible: desobedecer a un anciano respetado o traicionar su propia conciencia.
Este acto no es meramente político; es un abuso de la confianza sagrada sobre la que se sustenta todo el edificio masónico.
Envenena el pozo de la hermandad.
Si se permite que esta práctica se arraigue, la logia deja de ser un centro de unión universal para convertirse en un campo de reclutamiento para facciones políticas, validando las acusaciones de los críticos que ven a la masonería como una sociedad secreta que manipula la política desde la sombra y traicionando su promesa de ser una fuerza para el progreso moral, no partidista.
Conclusión: Sacrificando la Vaca Sagrada en el Altar de la Fraternidad
El análisis de esta delicada cuestión nos conduce a una conclusión ineludible: el fenómeno de la “Vaca Sagrada” representa una desviación de los principios más sagrados de la masonería.
Esta figura, que exige una lealtad personal por encima de la fidelidad a los principios, se convierte en un ídolo: una persona admirada en exceso, cuyo ego y apego al poder pasado ocupan el lugar que corresponde a la búsqueda de la Verdad y al ejercicio del libre albedrío.
Para purificar el Templo y rededicarlo a su propósito original, es necesario un “sacrificio” simbólico en el altar de la Fraternidad.
Este no es el sacrificio de personas, sino la renuncia colectiva al ego, al autoritarismo y al orgullo que alimentan tales comportamientos.
Este acto de renovación exige una doble reflexión, dirigida a todos los hermanos, independientemente de su antigüedad:
A los Hermanos de vasta experiencia, los PastMaster y los mentores: Se les hace un llamado a la humildad y a la sabiduría.
A recordar que, habiendo dirigido la logia desde el Oriente, su mayor honor ahora reside en ser una luz que guía, no un sol que ciega.
Su legado no se medirá por la obediencia que impusieron, sino por la cantidad de pensadores libres que inspiraron.
El cargo más alto y permanente en la Masonería no es el de Venerable Maestro, sino el de “verdadero Hermano”.
Su papel es ahora el de ser guardianes de la libertad de conciencia de aquellos que les siguen, asegurando que cada nueva generación tenga el espacio para labrar su propia piedra y encontrar su propia luz.
A los Hermanos en el umbral de su viaje, los Aprendices y Compañeros: Se les dirige un llamado al coraje sereno, encapsulado en la máxima ilustrada: Sapere Aude! — ¡Atrévete a saber!.
Deben comprender que ejercer su libre albedrío, votar según su conciencia y pensar por sí mismos no es un acto de irrespeto, sino la más alta forma de fidelidad a su juramento masónico.
El respeto a los mayores es un deber, pero la sumisión de la conciencia es una abdicación de su responsabilidad como masones.
Deben aprender a discernir la voz de la sabiduría del mandato de la autoridad, recordando que su deber primordial es para con el Gran Arquitecto del Universo y la construcción de su propio templo interior.
La fuerza de la cadena fraternal no reside en la uniformidad rígida de sus eslabones, sino en la integridad, la solidez y el carácter único de cada uno de ellos.
La verdadera armonía masónica no nace de la conformidad impuesta, sino del respeto mutuo entre hermanos libres e iguales, cada uno aportando su propia luz a la brillantez colectiva de la logia.
Es en la defensa de esta libertad individual donde reside la verdadera obediencia a los principios de nuestra Orden.
Sergio E. Plancarte M.·.M.·.