Vivimos rodeados de ideas que creemos propias, pero que en realidad nos han sido implantadas. Este artículo explora el ‘Sueño Colectivo’: una realidad moldeada por creencias, instituciones y algoritmos, y te invita a despertar cuestionando lo que das por cierto.
Al nacer, comenzamos a conocer el mundo a través de lo que percibimos con nuestros cinco sentidos. Solo aquello que captamos mediante ellos es lo que constituye nuestra realidad inmediata. Sin embargo, a medida que crecemos, nuestro cerebro se desarrolla y empezamos a contemplar la existencia de conceptos abstractos: ideas que van más allá de lo que podemos ver o tocar por nosotros mismos.
Mientras resulta casi imposible que alguien nos convenza de que frente a nosotros existe algo que no podemos ver, el mundo de lo abstracto se construye sobre lo intangible: aquello en lo que creemos y lo que nos han enseñado. De esta manera, nuestra concepción de la realidad, en lo abstracto, puede volverse completamente subjetiva o, en el otro extremo, manipulable por alguien más, haciéndonos vivir
como en una especie de Sueño Colectivo. En él creemos que pensamos por nosotros mismos, cuando en realidad muchas veces solo reproducimos los pensamientos de otros.
Alrededor del año 400 a. C., Sócrates proclamó su famosa frase: “Solo sé que no sé nada”. Con ella aludía a que quien cree poseer todas las respuestas difícilmente aceptará nuevas ideas o buscará conocimiento, pues se convence de que ya lo sabe todo. Esto se observa claramente en las religiones, donde muchos proclaman verdades absolutas del universo basadas en creencias, otorgándose una falsa certeza de comprenderlo todo y cerrándose a cualquier conocimiento externo.
En contraste, aquel que acepta su ignorancia se mantiene abierto a nuevas ideas, busca respuestas y encuentra incluso nuevos cuestionamientos, contribuyendo así al desarrollo humano y a la búsqueda de una verdad siempre perfectible.
El efecto Dunning-Kruger, descrito en un célebre estudio, demostró que las personas con menos habilidades para una tarea suelen mostrar mayor confianza en sus conocimientos que quienes están realmente preparados. Estos últimos son más conscientes de sus limitaciones, mientras que los primeros ignoran las suyas. En resumen: quienes menos saben, no son capaces de darse cuenta de su ignorancia y,
por lo tanto, no buscan aprender más; mientras que quienes saben más reconocen que no lo saben todo y esa consciencia los impulsa a seguir investigando.
El sueño colectivo es precisamente esto: creer que conocemos las respuestas del mundo o, en su defecto, esperar que otros las investiguen por nosotros, aceptando como real aquello que se nos dice. Así, nuestra realidad abstracta no surge de nuestra experiencia directa, como sucede con los cinco sentidos, sino de lo que se nos inculca como verdad. Cuestionarlo significaría salirnos de la media social.
Desde pequeños, comenzamos con un aprendizaje directo del mundo. Sin embargo, poco a poco, a través de una educación estandarizada, se nos imponen conceptos que debemos memorizar. Un sistema de calificaciones nos condiciona: se premia la asimilación correcta de ideas institucionales y se castiga con bajas notas la falta de comprensión de estas. Peor aún, a quienes no encajan en este molde se les aísla,
llamándolos locos o discapacitados, con el objetivo de que no “contaminen” al resto con sus ideas diferentes.
Nuestra tendencia natural es aceptar como verdadero aquello que la mayoría considera real. El sueño colectivo nos lleva a creer que pensamos por nosotros mismos, cuando en realidad solo aceptamos de manera acrítica la realidad impuesta. Validamos ideas de supuestos expertos, seguimos recetas de vida y
consejos de otros, sin reconocer que cada persona vive circunstancias únicas.
Creemos en la bondad de instituciones, empresas y organizaciones, suponiendo que buscan el bien común, cuando en la práctica suelen estar dirigidas por intereses de capital, lo cual rara vez coincide con el bien de todos.
Debemos dejar de aceptar pasivamente todo lo que se nos ha dicho. Es necesario comprender que, si bien somos seres limitados y probablemente nunca conoceremos todas las respuestas, un buen comienzo está en reconocer lo que no sabemos. A veces, identificar lo que no es nos acerca a descubrir lo que sí es.
Nuestra sociedad nos ha enseñado a no pensar, a no cuestionar, a ni siquiera preguntarnos si realmente lo hacemos. El sistema económico está diseñado para mantenernos ocupados como instrumentos de producción, preocupados por nuestras deudas desde el momento en que nacemos. Al final del día, agotados y sin tiempo para reflexionar, nos sentamos frente a medios de comunicación que
transmiten información digerida, falsa y controlada.
Estos medios no responden a la verdad, sino a los intereses de quienes los patrocinan. Incluso internet, que parece ofrecer libertad, está dominado por algoritmos adictivos que nos encierran en burbujas de información, mostrándonos solo lo que coincide con nuestras creencias. Esto nos aísla, haciéndonos creer que el mundo piensa como nosotros, mientras que alguien con ideas contrarias recibe un entorno digital completamente opuesto y llega a la misma conclusión. Si este artículo ha llegado hasta ti, significa que quizás eres afín a mis ideas; pero eso no significa que el mundo piense igual, sino que necesitamos aceptar la existencia de personas con visiones totalmente distintas. Negarlo nos mantiene atrapados en
mundos paralelos, incapaces de transformar la realidad compartida.
Ni siquiera el activismo moderno escapa de este sueño colectivo. Gran parte de él se basa en modas y tendencias, funcionando más como válvula de escape que como motor de transformación. Así, muchos se distraen en causas parciales, creyendo que son lo más importante para la sociedad, sin generar un progreso real más allá de una satisfacción personal. El verdadero objetivo debería ser buscar el
bienestar común.
Incluso entre quienes buscan un despertar, abundan los que se refugian en teorías de conspiración. Estas suelen partir de una hipótesis infundada para luego encajar los hechos a la fuerza, cuando una investigación seria debería proceder al revés:
observar primero la realidad y después formular teorías que la expliquen. Quien afirma sin pruebas termina atrapado en una creencia cerrada, similar al dogma religioso.
Vivimos en un sueño colectivo donde las respuestas simplificadas nos dan la falsa certeza de que todo está resuelto, o de que alguien más se encargará. Sin embargo, nunca es tarde para comenzar a pensar, a vivir y a imaginar nuevas posibilidades.
No hablo de soluciones mágicas, sino de algo más simple: dejar de creer que lo sabemos todo, cuestionar lo aprendido y escuchar esa intuición interior que a veces llamamos “corazón”.
Por un momento, cierra los ojos. Respira y siente el aire en tus pulmones. Percibe lo que tocan tus manos y pies. Escucha los sonidos a tu alrededor. Sé consciente de que el pasado ya no existe y el futuro aún no ha llegado: lo único real es el presente. Vacía tu mente como un vaso lleno: solo un vaso vacío puede recibir agua nueva. Tal vez, después de esto, nada cambie y tu vida siga igual; pero al menos habrás hecho una pausa para reconocer que vivimos en un sueño colectivo creado por las ideas de otros. Y tal vez, como dijo Sócrates, descubras que no sabes nada… lo cual ya es saber más que aquellos que creen saberlo todo.
Vladimir Astorga M∴ M∴